Massachusetts, años 80. Dicky Eklund (Bale), un boxeador conflictivo pero con talento, intenta redimirse entrenando a su hermano menor. En sus buenos tiempos había sido el orgullo de su ciudad natal por haber tumbado una vez al campeón del mundo Sugar Ray Leonard; pero después vinieron los tiempos difíciles en los que se hundió en una peligrosa mezcla de drogas y delincuencia. Mientras tanto, su hermano Micky Ward (Mark Wahlberg) se ha convertido en una promesa del boxeo, y las riendas de su carrera las lleva su madre (Melissa Leo). Sin embargo, a pesar de su potente gancho de izquierdas, siempre acaba derrotado. Tras un combate que nunca debió celebrarse, Micky decide seguir el consejo de su novia Charlene (Amy Adams) y alejarse de su familia.
Creí en cada movimiento y gesto del demacrado Christian Bale, pero eso es todo lo que hace que esta película se destaque del promedio. Una docena de historias han sido filmadas sobre un boxeador que era excelente, cayó al fondo y salió de él. Lo hemos visto mil veces (y no era solo boxeo todas las veces, solo sustituye cualquier otro deporte) y cuando alguien lo vuelve a hacer, solo tiene que ser algo extra. Dos escenas excelentes (el momento en que muestran el documental de "Dicky" en HBO y la pelea de Micky, que la madre de Dicky interpreta en el teléfono de la prisión) no elevan el conjunto ligeramente por encima del promedio, y todo me parece más como un intento de hacer una película que recopile todos los premios posibles, que se ofrecen. Ojalá los académicos se fijen a tiempo y entreguen la estatuilla a Christian Bale, que sería el único que realmente se la merece.
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