Cuando el más rico de los burgueses descubre que sus reservas de oxigeno están disminuyendo, no dudará en usar sus influencias y capacidad de chantaje para conseguir restablecerlas. Usará el poder religioso para convencer a los sumisos y creyentes ciudadanos de que el consumo de este imprescindible recurso es pecado. De esta manera serán ellos mismos los que se autoinflijan la restricción, condenando en muchos casos a la muerte a aquellos más desfavorecidos, además se reprimirá violentamente a quien cuestione la veracidad de tal afirmación.
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