Muchas ciudades o países sufren un malestar particular. Lugares como Portugal, sumidos en un doloroso anhelo del pasado, y donde cada tensión del presente es sólo la punta de un iceberg que se explica en sucesivos retrocesos que pueden remontarse hasta el origen de las especies, por lo menos. Este sentimiento común a muchas latitudes se presenta a menudo como un diagnóstico, una negación de un presente doloroso, en oposición al deseo de regresar a un pasado glorioso.
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