Arturo López, mejor conocido como El Pío, es un chavo que armado con un retroproyector, tinta china, bicarbonato, un vaso de agua, acetatos y una imaginación plástica poderosa, dibuja y proyecta sobre una pantalla toda clase de historias y personajes. En esta artesanal técnica de animación en tiempo real que él llama simplemente cine a mano todo se transforma constantemente: una boca deviene en espiral, una parvada de pájaros se convierte en un embotellamiento de automóviles, un vagón del metro muta en una celda atiborrada de viajeros eclipsados. Además de la ruda belleza visual y pictórica de sus relatos sin palabras, sus cuentos poseen el encanto de la fugacidad y la sorpresa de lo aleatorio.
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